Criticar la política exterior de los Estados Unidos no es ser antiamericano, sino ser justo y responsable.
Hay quien quiere hacer creer que quien se opone a las decisiones de los dirigentes de nuestra nación es un mal ciudadano. Sin embargo, quienes toman tal actitud, la de falta de tolerancia hacia la crítica, no hacen sino mostrar sus propias carencias, y, especialmente, sus poco bien intencionados objetivos. Que no son sino que la población sea pasiva y obediente, que renuncie a las cualidades y responsabilidades que debería tener toda persona con la vida política y social de su propia sociedad.
Esta estrategia de poder: de cohibición, de anulación y de inactivación que se fomenta en el propio país, choca con la postura respecto a la situación en otros lugares con los que no se tienen buenas relaciones y en los que existen normalmente intereses económicos. Aquí se suele hablar de supuesta falta de democracia y de las protestas reprimidas por sus gobiernos, a los que apodan como regímenes con el propósito de descalificar su legitimidad democrática. Es decir, en estos países no amigos se fomenta lo contrario a lo que se hace en el propio. Y no precisamente porque nuestro país sea una maravilla del respeto hacia la libertad y la democracia, y el otro un absoluto desastre; no, esto obedece a intereses, a grandes intereses políticos y económicos. Esta doble vara de medir la vemos con nuestros dirigentes, pero también la podemos apreciar con sus socios internacionales, y con particular acentuación en el caso de la mayor potencia mundial: Estados Unidos. De este modo, a quien critica las actuaciones, las intervenciones, muchas militares, de este primer poder a lo largo y ancho del mundo, es calificado de antiamericano. No obstante, para alguien que viniese de otro planeta diferente al nuestro esto le parecería muy chocante. Vería que se trata de denigrar a ciertas personas por denunciar la intromisión de un país más poderoso en la política y economía de otros, tratando de imponer sus criterios y que esos países más débiles le obedeciesen. Todo ello en solo un beneficio de una minoría de mandatarios extranjeros y locales, y en perjuicio de una gran mayoría del país coaccionado.
Un buen historiador como Michael Parenti, precisamente de ese país llamado Estados Unidos, dice:
Los que se oponen a la política exterior de los Estados Unidos todavía son acusados de echar la culpa u odiar a América. Una vez más los que protestan son el problema, en vez de la política contra la que protestan. En respuesta debemos señalar repetidamente que los que critican a los líderes y sus políticos particulares o las condiciones sociales de su país no manifiestan carencia de lealtad. Si la prueba de patriotismo sólo consiste en apoyar al líder siempre que este agite la bandera, entonces lo que tenemos es una forma de dictadura, pero no una democracia.(1)
Efectivamente, así es, cuando oigan estas críticas de falta de patriotismo o incluso de ser antiamericano, estarán asistiendo a un ataque a su libertad, a un intento de eliminar la democracia, que tantas veces ha intentado el poder económico y político y sus medios de comunicación. Además, el uso de la palabra americano o América para referirse a los Estados Unidos no deja de tener un tinte claramente imperialista y racista. Tratan de identificar a una parte de América con su totalidad, ninguneando al resto de los países que la forman, que son mayoría. Todo ello con el fin de someter el continente entero a los intereses de un pequeño grupo de la élite de los Estados Unidos. ¿Hay algo más antidemocrático y que atente tanto contra la libertad?
Porque, recordemos, no es Venezuela quien trata de dictar el gobierno que dirigirá los estadounidenses y su política económica y social; no es Ecuador quien financia mercenarios islamistas para que destruyan países por el mundo; no es Bolivia quien bombardea ciudades, pueblos, fábricas, puertos, almacenes agrícolas, trenes, hospitales, escuelas, puentes y estaciones eléctricas; no es Vietnam quien quemó y envenenó los bosques de América del Norte; no es Corea quien destruyó las ciudades de Washington, New York o Boston y mató millones de personas; tampoco son Nicaragua, ni Guatemala, ni El Salvador los que destruyeron el progreso social y miles y miles de vidas en la propia Norteamérica, no fueron ellos, fueron los oligarcas que controlaba y controla los Estados Unidos de América.
No se critica a un país, sino los daños terribles que han provocado los que dirigen el país más poderoso en la tierra. Es, por tanto, una crítica justa y necesaria. Aquellos que no la hacen abandonan su responsabilidad moral para con el mundo y sus habitantes, y esto no es una decisión sensata ni responsable.
No olvidemos que el poder, como el dinero, nunca dan la razón, por más que quisiesen tenerla.
Referencias:
(1) Michael Parenti. Más patriotas que nadie. Hiru. 2004.
Referencias:
(1) Michael Parenti. Más patriotas que nadie. Hiru. 2004.
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