A España muchos la conocemos, hablamos de ella habitualmente en tabernas, paseos o en cualquier plaza. No obstante, pocos son los textos y menos los medios de comunicación que hablan de la realidad de España, de la realidad social y sobre todo económica de sus gentes, de los españoles. Para ver algo de esto uno tiene que atender a quienes normalmente se preocupan por estas cuestiones. Así, recientemente, tuve conocimiento de una extraordinaria obra sobre este país, mejor dicho Estado, porque está constituido de varios países, entre ellos el mío, el País Vasco, aunque todo hay que decirlo, el País Vasco no es que sea español en sí, sino que está tanto en España como en Francia, es decir, hablando claro, el País Vasco es el País Vasco y lo demás es lo que le toca. Bien, volviendo a los que les contaba, tuve conocimiento de un texto realmente digno de atención y, por tanto, de detenida lectura, que a ustedes les aconsejo. Estoy hablando de la obra de Iliá Ehrenburg España república de trabajadores, publicada en 1932 y escrita durante el comienzo de la Segunda República. Mi conocimiento de ella fue a través del trabajo que desarrolla una persona llamada Jose Luis Forneo, que no por casualidad es comunista, en un artículo de su blog que viene en relación al libro mencionado y su título: ¿República? Sí, pero de los trabajadores. En este mismo artículo y siguiendo con lo comentado en esa obra, se hace una crítica hacia las injusticias y grandes desigualdades y abusos sociales que continuaron también durante la República, y en él se expone una gran verdad que se oculta con celo por las clases privilegiadas, especialmente por las "progresistas":
...los partidos republicanos que llegaron al poder en 1931 no tenían en sus programas ninguna revolución, sino mas bien una continuación de lo mismo sin rey y con algunas modernizaciones superficiales que no pusieran en cuestión, en ningún momento, los derechos mas sagrados de las élites (que no son, aunque lo finjan y dramaticen con aspavientos sobre su importancia, los de su libertad religiosa, sino los de la propiedad privada, especialmente de los medios de producción). 1
Estos puñeteros comunistas qué cosas dicen. Está claro que si quieres entender como funciona realmente una sociedad tienes que oír a aquellos que son comunistas de hechos y no solo de palabras. Son la sal de la Tierra y lo poco bueno que uno puede encontrar, pese a que estén tan difamados.
Retornando al apreciado libro de Ehrenburg España república de trabajadores, por cierto, tan bien escrito que es un verdadero placer disfrutar de él, si vamos a su capítulo 2, El rascacielo y sus alrededores, vemos una aguda y profunda descripción de la realidad social española, tan válida antes de la República, como durante o después de ella.
Los españoles gustan de asegurar que en su país pueden verse distintas épocas, sedimentadas como en estratos y sin borrarse unas a otras. Para un historiador de arte, puede que eso sea cierto. En cambio, el viajero que se interese, no sólo por las catedrales, sino también por la existencia de los seres vivos, se encuentra con un caos, con un maremágnum, con una verdadera exhibición de contradicciones. 2
Si nos fijamos en los seres vivos que habitan esta península, en este caso los seres humanos, incluido también Portugal, veremos ese maremágnum, esa verdadera exhibición de contradicciones con una enorme desigualdad. El autor relata como es posible ver en el mismo lugar el coche más lujoso de Europa, un Hispano-Suiza, y, al mismo tiempo, una mujer sobre un burro, un burro del que solo se le pertenece una cuarta parte, su dote, ya que el resto es de otros, incluso de otras familias. También, en ese paisaje, se puede ver a una moza trabajando con un arado de madera, más propio de tiempos anteriores a la edad del hierro, pero se trata de un hecho presente del paisaje actual en el que escribe el autor.
El turista podría creer que se trata de una escena improvisada para una película, de una reconstrucción arqueológica, pero el flamante caballero, recostado en su Hispano, no se digna siquiera honrar a la moza con una mirada. El sabe que aquéllo es un espectáculo cotidiano. 2
Y si se honrase a mirarla seguramente sería más porque le atraía que por un interés por su situación. La indiferencia ante la precaria situación de nuestros congéneres era y es algo cotidiano entonces y ahora.
Y si mirásemos a Madrid, la capital, ¿qué no veríamos? Un contraste todavía mayor.
¡Ya estamos en Madrid! Gran Vía. Rascacielos. Nueva York. Edificios comerciales de unos quince pisos cada uno. En los tejados, estatuas doradas, atletas desnudos, caballos encabritados. Letras eléctricas relampaguean en las fachadas. Unos tableros, intensamente iluminados, rezan: “Río de la Plata, 96”. “Altos Hornos, 87.” Debajo de los tableros pulula la fauna de Madrid. Todos los cojos, ciegos, mancos, paralíticos, esperpentos de España. Los que no tienen más que una mano, se pasan las horas muertas con la palma abierta. Los mancos tienden la pierna, los ciegos gimotean, los mudos se contorsionan. A veces, en lugar de la cara asoma la calavera. Entre los andrajos abiertos exhiben su mercancía al desnudo: úlceras, costras, carne podrida... Y allá, en lo alto, unos atletas de granito refrenan gallardamente a unos potros de bronce. 2
Ese espectáculo de miseria y vergüenza humana, ese espectáculo que no es ya espectáculo, pues no llama la atención o provoca el escándalo en el paseante, salvo en aquellos escasos paseantes que no ven como aceptable lo que es en verdad completamente inaceptable, por muy normal o habitual que llegue a ser. Pues, ¿cómo se puede estar luciendo el dispendio mientras seres humanos mueren y se pudren en vida allí, en ese mismo lugar, en ese mismo espacio? Algo de difícil comprensión para una mente cabal, aunque no tanto para una mente ya perturbada y enajenada por tanta anormalidad convertida y pasada como normal.
Ah, y sobre la cultura en España, ¿qué podríamos decir también? ¿cultura o falta de cultura? Analfabetismo enraizado y cultivado. Basta recordar al ministro Bravo Murillo, del siglo XIX: «No necesitamos personas que piensen, sino bueyes que puedan trabajar». 3 Si es que en España no se valora a la cultura, pero tampoco a la ciencia. ¿Cómo se iban a valorar si a los españoles no se les enseñó a valorarlas?
La Gran Vía es alegre y bulliciosa. Centenares de vendedores de periódicos vocean los títulos, altamente poéticos, de su mercancía: La Libertad, El Sol. Las plumas avanzadas escriben en la prensa sobre la filosofía de Keyserling y la poesía de Valéry, sobre la crisis americana, sobre las películas soviéticas. ¿Quién sabe cuántos analfabetos hay entre estos vendedores? ¿Cuántos semianalfabetos entre este brillante público que desfila? 2
La incultura está ligada profundamente a la pobreza, pues nace de ella y vive con ella.
¡Ay!, la pobreza, mal endémico donde los haya en España.
Generaciones y generaciones de pobres,
pobres generación tras generación,
sin cambio.
sin cambio.
Mal sin cura, mal que ahoga a España.
Los niños descalzos, los niños que han trabajado de sol a sol para sobrevivir, saben más de historia de España que abundantes libros y superfluos catedráticos.
En este país pobreza y riqueza extremas conviven sin tocarse, sin siquiera hablarse. Son vecinos que no se tratan.
Todos los hombres van muy bien vestidos. No hay quien lo niegue. ¡Qué pañuelos! ¡Qué zapatos! En ninguna parte he visto hombres tan acicalados. He de añadir, sin embargo, que tampoco he visto en ninguna parte tantos niños descalzos como en España. En las aldeas de Castilla y de Extremadura, los niños andan descalzos con el frío y con la lluvia. Pero en la Gran Vía, no; en la Gran Vía no hay descalzos. La Gran Vía es Nueva York. Es una avenida amplia y larga; sin embargo, a diestra y siniestra se abren unas rendijas sórdidas cuajadas de patios oscuros, donde resuenan los maullidos estridentes de los gatos y de las criaturas. 2
El "desarrollo", en realidad desarrollismo desigual, es una de las características de España. Esta sería la marca real de este país, la Marca España, y no la que nos quieren vender la prensa, la radio y las televisiones.
Algunos aprovechados han conseguido levantar aquí, no sabe uno
para qué, una docena de rascacielos; pero en las vulgares casas de vecindad no hay baños. A nadie se le ocurrió pensar en esto. 2
Ese desarrollismo tan desigual que no se preocupa por lo que es racional, sino por la apariencia más superflua.
En la guía de ferrocarriles pasma la superabundancia de categorías de trenes: hay, además del rápido, el “exprés”, el tren “de lujo” y de “superlujo”. En cambio, el viaje de Granada a Murcia resulta complicadísimo. Sólo circula un tren diario. El recorrido dura quince horas. Y el tren no es, precisamente, “superlujoso”. Unos vagoncillos oscuros a punto de desencajarse. Badajoz y Cáceres, las dos capitales de Extremadura, separadas por una distancia de 100 kilómetros. Un tren diario, ocho horas de viaje. 2
Y si alguien en ese mundo al revés, en este mundo donde la injusticia más injusta y donde la miseria más mísera conviven y malviven, si alguien cuestiona todo esto, o algo de esto, y se preocupa por lo que ocurre, se le responderá que esto no tiene remedio, que es un país pobre, un país sin medios... Claro, sin medios para algunos, pero, sin embargo, con demasiados medios y demasiado desperdiciados para otros.
Si uno de los turistas, por acaso, se indigna, el guía explica: “Un país pobre... No hay medios... Por aquí, señores... A la derecha...” La estatua de la Virgen. Un cofrecito recamado de esmeraldas. Una colección de tapices que valen 400.000 pesetas... 2
Notas:
1. Jose Luis Forneo. ¿República? Sí, pero de los trabajadores. cuestionatelotodo.blog, 14.04.2014.
2. Iliá Ehrenburg España, república de trabajadores. Capítulo II. 1932.
3. Karl Heinz Deschner. La política de los Papas en el siglo XX. Vol I. Yalde.
El libro de Ilía Ehrenburg, que les aconsejo, pueden descargarlo en el siguiente enlace: España, república de trabajadores.