domingo, 10 de marzo de 2013

A quien vive por la alegría ni la muerte lo rinde


Qué es la muerte sino el final natural de la vida.
Los antiguos ya decían que la muerte no era nada para nosotros, pues cuando ella está nosotros no estamos y cuando nosotros estamos ella no está. Sin embargo, el impulso de la supervivencia, el sentido de la supervivencia, el más poderoso de todos los sentidos, nos hace temerla, nos hace esquivarla. Y con razón, lo peor para el ser vivo, al menos teóricamente, es la muerte.
Rararemente hablamos de la muerte,  de nuestra muerte; puede que sea en parte por cobardía, pero principalmente suele ser por sensatez. Mientras se vive no se debe pensar demasiado en la muerte, porque entonces igual se deja de vivir, o al menos se deja de vivir plena e intensamente. A la muerte, no obstante, sí que hay que dedicarle su tiempo, su justo tiempo. Hay que  vivir una vida plena, pero no vana.
Hay personas, muchas personas, que creen que realmente no se muere, que tras este final hay una continuidad mucho más duradera y también mucho más dichosa, aunque de todo esto no tengan ninguna prueba. Pero incluso en estas personas el sentimiento de superivencia, la lucha por la supervivencia, es mayor y bastante más fuerte que el sentimiento religioso. Cómo sino explicar el modo intenso, incluso desesperado, con el que se agarran hasta el último suspiro de vida, hasta el último día de vida; no importa los muchos días y los muchos años de esa vida. Pues esto, la vida, lo conocemos, lo otro, la supuesta eternidad, no. Y, ¿a quién no le asaltan las dudas? Las creencias religiosas dicen una cosa y la cabeza, la parte racional de la cabeza, dice otra; dice: "¡adelante!", "¡adelante!", "¡déjate de historias y sigue viviendo la  vida que conoces!" Es la naturaleza humana.
Pero cuando la muerte se acerca, cuando la muerte acecha, cómo no sentir algo de temor, cómo no sentir inquietud, cómo no sentir su túpida sombra. Quien ha visto la muerte ya no la olvida.

Yo sé como mueren los animales,
algunos braman
cuando sienten que la vida se les escapa como 
una espiración
y se abren los ojos
con una mirada que es más triste
que las más triste de las leyendas antiguas.
Yo sé cómo se enseñorea la muerte,
porque he sido testigo
y la verdad es que
no es una ceremonia hermosa.(1)

Aunque, como dice el poeta, todo esto sea cierto, no dejemos que se enseñoree la muerte, no le demos más campo y espacio que los que realmente le pertenecen. Por ello vivamos con alegría, pero, como decía, no banalmente, sino plenamente: construyendo, aprendiendo y respetando al mundo y a nuestros semejantes.
Tengamos presente que a quien vive por la alegría ni la muerte lo rinde.(2)
Qué es la muerte sino el final natural de la vida.

Notas:
(1) Joseba Sarrionandia. Hau da ene ondasun guzia. Txalaparta. 2000.
(2) Luis Britto García. Revolución es humor y amor. 9.3.2013.

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