Hay buenos escritores que dejan un rico legado literario tras ellos, pero, además, los hay que dejan no solo ese legado literario, sino un mensaje y una actitud que los hace un referente necesario donde mirar y buscar cuando las cosas no siguen por su curso debido.
Miguel Delibes era un cazador, en realidad un apasionado cazador, nunca lo ocultó. Dedicó varios libros a esta pasión suya, sin embargo, y al mismo tiempo, defendió con igual o mayor fuerza el respeto a la naturaleza. Él era un hombre de ciudad al que su padre, Adolfo, le había mostrado la belleza y grandiosidad del medio rural, del medio natural. Desde entonces, Miguel Delibes, no dejó de amar a la naturaleza y en concreto y, especialmente, al campo castellano, su lugar de andanzas.
En su libro La caza en España, un referente en las voces de alarma que se despertaron en España a finales de los años 60 y comienzos de los 70 contra la destrucción de ese medio natural y de las especies de seres vivos que lo habitaban que estaba realizando el ser humano, ya hace reflexiones tan interesantes e importantes como la siguiente que se planteaba en Lugo respecto a la conservación de una especie ya entonces, a finales de los 60, en grave peligro de extinción, el urogallo:
Viene esto a cuento del conflicto planteado recientemente en la reserva de los Ancares (Lugo) entre dos grupos, uno que se proponía observar al urogallo y otro que se proponía matarlo. En esta ocasión, el segundo actuaba con todos los avales de la ley, y, consecuentemente, los del primero, tras un despliegue desproporcionado de fuerzas de la Guardia Civil, fueron detenidos y conducidos a Lugo en un coche celular. Ante un hecho semejante, uno se pregunta: ¿es punible pasear por una reserva de caza sólo por el placer de ver volar los pájaros? Ante un conflicto entre un hombre que va a oír cantar al urogallo, a estudiarlo en todas sus manifestaciones, y otro que va a derribarlo, ¿qué derecho debe prevalecer?: ¿el del estudioso o el del matador?1
Decir esto en aquellos años era ya decir mucho; en una sociedad donde gran parte de las especies animales que no eran cinegéticas eran consideradas como alimañas y donde las cinegéticas eran perseguidas por todos los medios y sin apenas descanso. Esta labor, como la de los estudiosos y ecologistas comentada en el ejemplo y que quedó en el anonimato, a la par que acompañada por aquellos otros naturalistas que hicieron un trabajo fundamental y de primerísima necesidad, algunos como el conocido Felix Rodríguez de la Fuente y su equipo, que alcanzaron gran notoriedad e influencia, permitieron que España, que los españoles y especialmente sus gobernantes, se preocupasen por su naturaleza, rica y olvidada donde las hubiera.
Miguel Delibes continuó con esta defensa no solo de la naturaleza, sino también de denuncia de la codicia y la irracionalidad humanas, que generan, finalmente, la propia destrucción de ese medio natural y del mismo ser humano. Y lo hizo también en tiempos difíciles de hacerlo, en tiempos donde oponerse al llamado "progreso" era considerado como propio de alguien anticuado, incluso reaccionario:
Cuando escribí mi novela El Camino, donde un muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional. 2
Este libro, escrito en 1975, estaba basado en su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Hoy vemos la razón que tenía, que no había nada de reaccionario en él y que el supuesto progreso fue, como habitualmente es, progreso para unos pocos y desdicha para muchos; siendo la más desdichada la propia naturaleza, nuestro propio medio rural. Los transgénicos que vinieron y se extendieron y los productos químicos, los pesticidas, de las grandes industrias químicas y farmacéuticas que se han convertido en cotidianos, nos muestran la siniestra cara de ese "progreso", que tarde o temprano tendremos que desechar, para finalmente poder por fin progresar; y así defender a la naturaleza y al ser humano como parte de ella.
También, como comenta Miguel Delibes, el abandono de la vida comunitaria en el medio rural, con toda su riqueza de apoyo, vida social y solidaridad, para llegar a una ciudad inhóspita, donde prima el egoísmo y se pierden los vínculos y la mencionada solidaridad entre personas, no deja de ser un gran disparate, y algo, como él mismo decía, absolutamente irracional. Los días de hoy, con esta gran crisis económica, que va camino de convertirse en una gran depresión, donde el individuo está solo y desamparado en medio de una enorme insolidaridad y egoísmo, no hacen sino darle de lleno la razón.
Si le hubiésemos hecho caso a Delibes y a la gente como Miguel Delibes, el mundo hoy sería mejor, bastante mejor. Pero la naturaleza humana parece ser obstinada y terca, y tiende a repetir sus errores, de los que no aprendió en el pasado.
1. Miguel Delibes. La caza en España. Alianza Editorial.1972, pp. 96-97.
2. Miguel Delibes. Un mundo que agoniza.
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