sábado, 12 de septiembre de 2015

Una reflexión sobre nuestra irreflexión occidental hacia el mundo que nos rodea


Un habitante de Siria o de Libia, también de Ucrania o Venezuela, la lista sería demasiado extensa para completarla, puede ver claramente que los medios de comunicación occidentales de noticias, la prensa, la radio o las televisiones, y las series de televisión, el cine, los libros... tergiversan completamente la realidad, que mienten compulsivamente e invierten muy a menudo los sucesos y los actores verdaderos, provocando que los habitantes occidentales ignoren completamente lo que pasa en el mundo y, lo que es peor, que no son conscientes de su ignorancia, que es fundamentalmente, digámoslo, analfabetismo político e histórico. Creyendo saber y conocer sobre el mundo que les rodea, cuando claramente esto no es así. Tenemos, por ejemplo, el fenómeno de Al Qaeda, al que entienden como algo intrínseco al fanatismo y atraso de pueblos y naciones que no alcanzan el nivel cultural y de tolerancia que tienen ellos. Todo un ejemplo de falsificación de los hechos y de ridícula y  peligrosa arrogancia. Pues son los que dirigen sus sociedades, las occidentales, los que fomentan a los grupos de mercenarios islamistas, apodados falsamente yihadistas; que en absoluto representan al Islam, a la cultura musulmana o a los países que sufren sus ataques. Mercenarios armados y entrenados por sus servicios de inteligencia y financiados con el dinero de nuestros impuestos, que luego destruirán ricas, cultas y avanzadas sociedades con muy valioso y abundante patrimonio cultural, artístico y científico. 
Los habitantes occidentales deberían reflexionar un poco sobre todo ello y deberían ponerse en el lugar de por ejemplo los habitantes sirios, libios o de otro país que sufre esta violencia que les ha venido de fuera. Claro que para ello tendrían que ser conscientes de lo que realmente sucede, tarea difícil dadas sus fuentes de "información". Así, poniéndose hipotéticamente en este lugar, deberían pensar que su ciudad es invadida por batallones de fanáticos fuertemente armados, que destrozan y roban todo lo que encuentran, que violentan a los hombres y a las mujeres, que prenden fuego a las librerías y matan a los profesores universitarios; junto a que atacan al propio ejército, a los edificios públicos y quieren hacerse con el control de su país. Y ahora piensen que en las televisiones de países lejanos que quieren someter al nuestro, dicen que en su país, en su ciudad, existe una rebelión popular y que, además, es reprimida por la policía con dureza, cuando esta lo único que hacía era intentar parar esa insurrección violenta. La campaña de los medios de comunicación de aquellos países consiste en denigrar, insultar y demonizar al presidente de su país, a su ejército, aunque usted no entiende como pueden hacer tal cosa cuando ellos no son en absoluto responsables de que esto ocurra, es más, cuando ellos actúan y luchan para frenar esta barbarie que ha llegado a su ciudad y su país. Usted finalmente pensaría con razón que estos medios de comunicación no actúan de buena fe, sino que persiguen otros intereses llevando a cabo un juego poco limpio, en verdad un juego muy sucio, que está provocando mucho dolor, destrucción y muerte. Pensaría, con razón también, que los periodistas, actores, escritores o las organizaciones que se apodan como humanitarias que apoyasen todo esto no merecen ningún respeto, que deberían ser perseguidos judicialmente y culparlos de sus responsabilidades penales y criminales, pues ellos fueron los que alentaron de forma consciente, vil y venal todas estas terribles e injustificadas atrocidades. Piensen ahora lo que les he dicho y pónganse realmente en su lugar. 
El hacer tal reflexión, si esta es seria y sincera, les debiera de llevar a pensar por qué pensaban de aquella forma, porque no se molestaron siquiera una vez en cuestionar con base y fundamento la supuesta o supuestas informaciones que recibían de tal o cual país. Como ya les comenté en alguna otra exposición, seguimos interpretando el mundo según los intereses y motivaciones de un pequeño grupo de dirigentes políticos y económicos de nuestras sociedades, no según un criterio moral  y racional, que esté basado en hechos y en principios éticos. De este modo, mientras sigamos operando así este mundo no será mejor, sino que será todavía peor a como lo conocemos. Y lo malo de todo ello es que tenemos y tendremos un grado de culpa en todo lo que ocurra, aunque no lo queramos reconocer. Ya sabemos que el ser humano acepta de mala gana las responsabilidades que encierran culpabilidad, irritándose si alguien se lo hace ver, por muy ciertas y demostrables que sean estas culpas. Nuestro mal no solo es la ignorancia, sino ya la irresponsabilidad de no reconocer nuestros errores y enmendarlos.

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