martes, 5 de noviembre de 2013

Manifiesto antiespañol

 

Rafael Narbona escribía el 3 de julio de 2012 un manifiesto titulado: por qué odio a este puto país (manifiesto antiespañol). Suena un poco duro el título, pero el contenido del mismo es interesante e importante.
Si bien España no es el único país que lo hace, vuelve a poner el dedo en la llaga en las corridas de toros, "espéctaculo" donde se tortura públicamente a un ser vivo, el toro.

Odio a este puto país porque sus pueblos aún martirizan a los animales, alegando que taladrar la piel de un toro con un estoque o lanzar a una cabra desde un campanario es arte y no tortura.

¿Cuándo tendrá fin esta barbaridad?, que repito, no solo es exclusiva de España, pero que aquí goza hasta del grado de reconocimiento como de cultura. Tal vez sea el la lado negativo de la cultura, el de la barbarie.

Rafael Narbona no elude un problema crítico que quiebra toda la viabilidad presente de España. Viabilidad moral e incluso legal. La eliminación de un gobierno democrático y la matanza de todos aquellos que perseguían un país más abierto y especialmente más justo. Porque no se nos olvide, la llamada Guerra Civil fue en realidad una verdadera lucha de clases. Las clases privilegiadas arremetieron contra un gobierno que no era de su agrado y contra aquellos que desafiaron su tradicional dominio y "autoridad".

Odio a este puto país porque presume de unos huevos de oro, pese a su cobardía con las incontables víctimas de la rebelión de los generales en 1936. España es un gran cementerio bajo la luna, una gigantesca fosa clandestina donde aún se amontonan los restos de maestros, poetas, obreros, campesinos, socialistas, anarquistas y comunistas, asesinados por luchar contra terratenientes, señoritos, banqueros, curas y militares. Nada augura que esos restos hallarán una digna sepultura o que el espeluznante mausoleo de Cuelgamuros será dinamitado, corriendo la misma suerte que los edificios y monumentos de la Alemania nazi y la Italia fascista.

Tras la matanza y la dictadura que le siguió se impuso otra vez la monarquía

Odio a este puto país porque es un Reino y no una República, con un idiota coronado que extermina elefantes, confraterniza con dictadores, colecciona Ferraris en mitad de una pavorosa crisis económica y rivaliza con su tatarabuela Isabel II en promiscuidad, molicie, avaricia, oportunismo, populismo, estulticia y arribismo.

Que ahora parece que buena parte de los españoles se dan cuenta que no era buena para ellos. Después de años de pagarles gastos y bodas y de considerarlos un ejemplo a admirar. Y digo yo, ¿ejemplo de qué?, ¿de no dar palo al agua?, ¿de vivir de forma poco decorosa y sin ninguna vergüenza cuando motivos había para tenerla?
Y, ¿de la bandera? Alguien me dijo una vez que en Pamplona había problemas para exponer la bandera española, a lo que yo respondí, que no, que el problema no era ese, porque de hecho la bandera española, la bandera legal española, la de la Segunda República, no ha tenido nunca ningún problema para mostrarse, de hecho ahí está: en locales, balcones o donde usted quiera.

 Odio a este puto país porque su unidad se ha construido sobre invasiones, matanzas y expolios. Odio a este puto país porque se identifica con la bandera de los Borbones y no con la enseña tricolor de la Segunda República. El rojo y gualda es una herencia (otra más) del franquismo, una dictadura tan sangrienta como ridícula,...

De como han tratado en España, los que dirigen España, a su mejor gente, podríamos hablar largo y tendido, y de hecho este tema muestra el por qué este país no funciona. Si a los mismos españoles no les dejan ser ellos mismos, ¿cómo van a pedirle a un vasco o a un catalán que no se identifica para nada con esta cultura, con esta forma de ordenamiento social, que quiera ser español, que acepte ser español? 

Odio a este puto país porque algunos de sus grandes escritores han muerto en el exilio, la cárcel o asesinados por españolistas furibundos. Las imágenes de un Antonio Machado enfermo y prematuramente envejecido agonizando en una modesta pensión de Colliure o de Miguel Hernández entregado a la Guardia Civil por la policía del infame Salazar siempre nos recordarán la esencia de un país que ha maltratado a sus poetas y nunca ha tolerado a sus disidentes. Ser heterodoxo en España significa vivir con un pie en la horca. El asesinato de García Lorca refleja ese odio atávico que siempre ha caracterizado a un país áspero y huraño.

Por tanto, la elección ante este cúmulo de desvaríos no podía ser otra

He nacido en este puto país, pero preferiría ser un piel roja o un extraterrestre perdido en el espacio.

El de Narbona no es un texto de tópicos, como muchos gustarán de decir eludiendo las realidades ya inesquivables y dramáticas que se ciernen sobre los españoles. Es, por el contrario, en su fondo un escrito sobre precisamente eso, el fondo moral y racional inexistente de un país, un país que languidece y que da bandazos, sin rumbo fijo, sin un proyecto propio, sin ningún objetivo de progreso o desarrollo real para su propia gente.

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