sábado, 25 de enero de 2014

La juventud y los paisajes de la guerra



Los paisajes de la guerra no son solo aquellos que se observan con los ojos en los momentos dramáticos en que los hombres se matan unos a otros, también lo son aquellos que perduran en la memoria y, especialmente, en los corazones que se desgarraron cuando todavía no era tiempo para ello. Porque los jóvenes no deberían conocer el odio que corroe la ilusión, porque en esa temprana edad sus pensamientos y sus acciones deberían estar en disfrutar de una buena comida en la compañía de los amigos, en disfrutar de la alegría de las fiesta, en admirar la belleza de la naturaleza y en aprender a acariciar a una mujer. Cuántas vidas se fueron sin apenas haber conocido tales cosas, cuántas vidas se perdieron sin haber apenas vivido.
Los jóvenes carecen de la sabiduría, pero son la ilusión del mundo. ¿Qué tienen los viejos que han olvidado su sabiduría y su corazón yace marchito?
La cabeza de los viejos que mandan allá y aquí, y en todo el mundo, no tiene más que vanidad y miedo. Ni una idea humanitaria, ni un sentimiento puro. Y los intereses sembrados alrededor, que son como barrotes de una cárcel. Los jóvenes podíais haber evitado esto defendiendo a su tiempo las ideas que sólo vosotros sentís sinceramente y que son la verdad del mundo aunque nadie quiera verlo. Pero habéis preferido someterlo todo a esta maldad y a esa vileza, y el cielo, que no perdona tan fácilmente como dicen, os castiga y aún os castigará más. 1 
La vanidad y la codicia invaden el pensamiento de los hombres y traen las guerras. A ella irán los mejores de la sociedad, los jóvenes que creen en ideales y están dispuestos a su propio sacrificio por un supuesto bien común. Jóvenes demasiado ignorantes para conocer las verdaderas motivaciones de los acontecimientos. Jóvenes que morirán sin haber conocido la causa y motivo fundamental de su muerte, de su muerte que fue vana. Los mismos cuervos, más listos que los hombres, harán su propio banquete de esta desgracia humana. Los cuervos entienden más de la mili y de la guerra que los propios soldados y encima le sacan provecho.
Las primeras brigadas de cuervos acuden de los barrancos de Annual al reclamo de los cañones y forman su guerrilla en tierra. A fuerza de comer carne de soldado deben entender de mili. En lo alto de cada poste del teléfono hay uno. Todos gordos, relucientes, con gritos de hartura, como eructos. La hilera de los flancos ha quedado reducida a cuatro o cinco soldados. Los que cayeron antes no dormirán solos. 2
Sin embargo, en medio de la tragedia y del dolor aparecen matices, matices de colores y de sentimientos, y, además, cómo no, la propia y profunda belleza de la naturaleza. Pocos escritores, si alguno, han descrito con tanta sensibilidad y belleza la magia y tragedia de estos momentos como nos lo hace Sender:
Ahora la luz es más tenue y los estallidos, casi rojos, se ven mejor. La dulzura del paisaje es una apariencia hipócrita, porque hacia la izquierda se puebla el horizonte de sombras azulencas, y en la inmensidad desierta y desolada las granadas sondean el silencio y averiguan hasta qué dramáticos infinitos llega. 2
Los paisajes mentales de la guerra ya comienzan por la anulación de las personas, por tratarlas con el absoluto desprecio con el que se trata a los que lucharán y morirán en ella, a la llamada carne de cañón, a los soldados. Los soldados y los obreros, que son los que ganan las guerras y construyen los países, son siempre los grandes olvidados y los que sufren el más injusto de los desprecios.
¿por qué han ido aniquilándolo moralmente, negándole siempre la facultad de pensar, de opinar, reduciéndole a una cosa que hay que inventariar en cada revista y tener siempre al alcance del pie? 3
¿Qué contará la historia de los libros sobre la historia real de las guerras?, ¿contará algo? o ¿lo olvidará, como de costumbre, prácticamente todo? Como olvida las vidas de los soldados que las perdieron en ellas, como olvida cómo los engañaron, presionaron y amenazaron para que acudieran precisamente a ellas.
Los paisajes de la guerra no son como aquellos de los lejanos poblados de donde vinieron los soldados.
No son como aquellos donde  el agua pura manaba de cada lado.
Tampoco como aquellos donde de niños correteaban y se escondían, paisajes que no fueron olvidados.
El soldado..
...no puede dormir. Los pequeños rumores de la posición le recuerdan, por referencias, ruidos de agua. Al pensar en su casa de la aldea envidia aquella miseria con el cantaral rezumante y la tinaja donde al extraer una jarra de agua cantaban las gotas resbalando. No concibe por qué se marchó estando como estaba el pueblo tan bien abastecido de manantiales. Y luego aquellas nevadas que en el deshielo llenaban los caminos, las calles de charcos. 4
El soldado recordada y añoraba los murmullos del agua en los arroyos y en los manantiales, las nieves del invierno y la felicidad de vivir en la paz y la belleza de su pueblo. No se es pobre por carecer de supuestas comodidades materiales, se es pobre por otros motivos, motivos que destruyen a las personas, que anulan todo lo valioso y bueno que podía y puede anidar en el corazón y la mente de un hombre.

En los momentos de la guerra se aprecian las pequeñas cosas que en su momento no se supieron valorar. Las cosas más cotidianas, que por comunes, no dejan de ser la fuente de la propia vida. Si no se viven y aprecian los pequeños detalles no se vive. En la guerra  todo el mundo mantiene la cordura salvo los hombres, lo hacen los lagartos, las golondrinas, el halcón, los naranjos e incluso los cuervos. Todo el mundo tiene derecho a la vida y decide vivirla, salvo los hombres.
El glú-glú de agua sigue sonando y exacerbando la sed. En esos cántaros grandes, esféricos, está el secreto vivificador. Los árboles, las plantas, los animales todos tienen derecho al agua, a deleitarse con ella. 5
Los paisajes, los paisajes que deja la guerra que hacen los hombres, están lejos de la quietud y de la luminosidad que antes los envolvía. Estos paisajes pertenecen no a este mundo cotidiano, sino a otro donde los malos sentimientos expresan sus malos pensamientos, convirtiendo la carne en carne quemada y chamuscada, el vigor de la juventud en cuerpos pútridos y la brillantez de la ingeniería en hierros quemados y corroídos.
La guerra no es un lugar para la aventura, sino para la desventura.
La llanura pertenece a un planeta que no es el nuestro. Un planeta muerto, aniquilado por las furias de un apocalipsis. Silencio y muerte infinitos, sin horizontes, prolongados en el tiempo y en el espacio hasta el origen y el fin más remotos. La tierra, blanca; los arbustos, escasos y secos; llanura cruzada por mil caminos invisibles de desolación. Moros muertos, españoles despedazados. La soledad grita al sol en mil destellos sin eco: «Tú irás por Occidente; yo por Oriente, y al final nos encontraremos en un lugar de desventura». Sin un rumor de brisa, sin un pájaro, en el silencio que ahonda la mañana hasta la lividez de la última mañana del universo. 6
El silencio a naturaleza muerta y ausente es el legado de la guerra. Triste legado para aquellos seres que se creen lo más sabio e inteligente de este nuestro planeta.
En la guerra hay muchas formas de morir, y la muerte física no es muchas veces la peor. Se muere de muchas formas y en la guerra se muere demasiado pronto. Se mueren un montón de ilusiones, un montón de buenos sentimientos y un montón de ganas de vivir, todos ellos difícilmente irán volviendo. Serán la dolorosa y profunda herida que tarda y tardará en cicatrizar. ¿Por qué me pasó eso a mí? ¿Por qué tan joven cuando lo tenía todo por delante? ¿Por qué no me dejaron vivir?
El soldado...
...siente un vacío desganado e indiferente y la cabeza le da vueltas, mezclando y confundiendo sucesos, nombres, cosas. ¿Qué más da morir? Quedar tumbado en el camino es lo de menos. En realidad, ha muerto dos veces ya. Cuando entró en filas murió el joven animoso, confiado, de las vastas intuiciones universales, y a éstas sucedieron las pequeñas minucias, las preocupaciones mezquinas y una sensación de acoso y de animadversión en lo demás. 7
Lo único bueno que trae la guerra al que la vive es que muestra las crudas verdades, sin tapujos, sin bellos y falsos envoltorios, tal cual son. Sin mentiras, ni siquiera piadosas, mentiras que se guardarán para contárselas a las familias y a la gente que no fue a la guerra. Las verdades son la explotación de los hombres por los hombres, utilizados como herramientas por los dueños de los negocios, los bancos y las tierras que envían a los soldados al matadero de la guerra para mantener su  privilegiada posición e injusta riqueza. Quien les hable de la paz y  no les hable de las causas de la guerra, no les habla realmente de paz sino de guerra, de la próxima guerra que llegará por no querer poner remedio a la que se dio primera.
El soldado...
...advierte luego: aunque nosotros, como los mulos, sólo tenemos deberes cívicos, no derechos: el deber cívico de morir. El Estado nos autoriza a morir para sostener el derecho cívico de unas docenas de seres que son la historia, la cultura, la prosperidad del país, porque el país comienza y termina en ellos. 8
El soldado también descubre que el enemigo no es peor que él, que es como él y, a veces, mejor que él. Que le hace ver su insensata y poco inteligente actitud, como la del soldado español luchando por los privilegios y corruptelas de militares, empresarios y políticos en territorio africano, en la guerra de Marruecos de comienzos del siglo pasado.
Yo no sé si soy español o no, pero estoy por los moros. Esto lo han hecho los jóvenes de acá porque los viejos hacen el saludo militar a los cabos españoles. En cambio vosotros, los jóvenes españoles, os sometéis, ofrecéis lo mejor de vosotros mismos a cosas caducas, inútiles y malvadas. 9
Los más valientes y los más sabios no fueron a la guerra, se enfrentaron antes a ella, a toda la parafernalia de presiones sociales: en la prensa, en el púlpito, en la taberna, en la guardia civil y en la familia, antes de que esta llegara y los atrapara.
... añade el soldado. Efectivamente; los verdaderos valientes hubieran debido comenzar por no venir. Todos han venido por esa cobardía difusa a la que el soldado alude y de la cual él y yo debemos olvidarnos. 10
No nos engañemos ya por más tiempo, la experiencia ha sido demasiado severa y prolongada. El mejor paisaje de la guerra es aquel que en realidad nunca debió de existir, porque nadie debería de haber acudido a ella. 
No dejemos que la guerra destruya lo que con tanto tiempo y esmero se tarda en construir, no dejemos tampoco que la guerra deje un cielo palidecido con una "paz preñada de iras y poblada de ojos acechantes" que no dejarán finalmente vivir en una paz verdadera. 11

Notas:
1. Ramón J. Sender. Imán. 1930, p 76.
2. Ibid. p.37.
3. Ibid. p.46.
4. Ibid. p.44.
5. Ibid. p.57.
6. Ibid. p.61.
7. Ibid. p.65.
8. Ibid. p.72.
9. Ibid. p.76.
10. Ibid. p.18.
11.Ibid. p.86.

3 comentarios:

  1. Porque como bien afirmaba Chesterton: "Una energía limitada siempre se traduce en violencia, la fuerza suprema se muestra en la levedad".

    Todos pertenecemos al mismo "partido": los que nacen, viven y mueren. Hagámoslo pues de manera fraterna, pacífica y solidaria si queremos ser dignos del calificativo SAPIENS.

    Salud!

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  2. Mientras el ser humano no sea capaz de desenmascarar, de descubrir a los malos espíritus que nos inducen y gobiernan a través de la guerra, seguirá, seguiremos muriendo, antes de todo tiempo, en las guerras y en las luchas por la vida. Y estoy seguro de que no es difícil descubrirlos, solo conociendo la verdad de nuestro origen, que nos han ocultado en todos los siglos que han sido, bastará.

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    1. En realidad basta ver nuestro comportamiento y el de los que nos rodean. El no aprender de las lecciones de la historia, como esta de la Guerra de África, tiene sus serias consecuencias.

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