A la llegada del Rey de España a Barcelona con motivo del aniversario de los atentados terroristas de agosto de 2017, no recibió la mejor de las acogidas; tanto por su equivocada y obtusa postura respecto a Cataluña, como por ser aliado de uno de los mayores sustentadores del terrorismo islamista en el mundo, la dictadura de Arabia Saudí.
Si bien la denuncia tiene buen fundamento, no deja de mostrar solo la superficie del problema.
Nos causan horror los crímenes cometidos por estos fanáticos en nuestras ciudades, pero, de forma terriblemente contradictoria, no los vemos igual cuando autores similares hacían incluso cosas peores y en mucha mayor cuantía con los habitantes de pueblos y ciudades en Libia o Siria. Y esto tiene su causa en que los medios de comunicación han faltado a la ética y al rigor una y otra vez, falsificando a propósito la realidad cruenta que allí se sufría y que aquí no se atendía, disfrazando y mostrando a escuadrones de la muerte a sueldo como revolucionarios que luchan por inexistentes ideales de democracia y libertad. El mundo imaginario de las pantallas y las ondas no es inocente, pretende ocultar los horrores creados por sus dueños para dominar a otras naciones. Son las corporaciones occidentales las que han planificado concienzudamente estas guerras y el vandalismo que generan, está escrito y detallado, no pertenece al campo de las elucubraciones o de lo que carece de pruebas; sin embargo, una sociedad demasiado estupidizada y cretinizada no tiene el talento ni el criterio para ver el origen de sus problemas y de sus muertos, de sus propios muertos, como aquellos que perecieron sin saber quién ni cómo lo hizo, o los que les seguirán de una forma igualmente absurda y penosa. Lo trágico no solo han sido las muertes y destrucción generadas, lo realmente trágico es que todo esto se podía haber evitado, que nadie de tod@s est@s hombres y mujeres debía haber acabado allí, que deberían estar ahora con tod@s nosotr@s. Pero desde milenios los seres humanos se siguen comportando de forma hipócrita, dañando al prójimo, haciendo lo que marca la corriente dominante de su tiempo, aunque en su fuero interno para nada crean en tal pensamiento hegemónico. Es nuestro sino y uno de los graves riesgos que acechan a nuestra especie.
Ahora sigan defendiendo que Libia era una dictadura brutal como falsamente lo es Siria, que la Primavera Árabe fue una revuelta espontánea y popular en el Norte de África y en Oriente Medio, sigan con ello no entendiendo el mundo en el que viven ni cómo de este modo pueden generar hasta su misma muerte.
Toda la vida viviendo con miedo para acabar del mismo modo, bajo el miedo.
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