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miércoles, 13 de febrero de 2013

La guerra de África relatada por Ramón J. Sender. Parte IV. Lo militar.


Cuando te pagan por una labor que consiste en matar, en intimidar, cuando te pagan por mantener una desigualdad evidente y claramente injusta, poco hay de que presumir y poco de bueno se puede esperar. Y esto es lo que han hecho los ejércitos en manos de los grandes poderes en la historia. Hoy lo hace la OTAN en Afganistán, ayer lo hacía el ejército francés en Vietnam, el británico en  China o el español en el norte de África. Cambian los actores pero no cambian los  malos modos, las malas intenciones y las malas acciones.
En ese tiempo de guerra creada se cometen todo tipo de abusos,  todo tipo de delitos y crímenes que quedan encubiertos e impunes.
En la profunda obra de Sender sobre la guerra en África, Imán, se muestra como se ejecuta a un prisionero con la excusa de  que se escapaba. En realidad se le ejecuta a sangre fría, con crueldad, sin escrúpulos y sin ninguna razón o justificación.


Conducían un prisionero por orden del comandante para entregarlo en Ras Faruin. Había que subir cuatro kilómetros muy accidentados con el sol a plomo y el equipo completo encima. Todo porque «aquel tío vaina» había sido sorprendido con un fusil cargado y unas cartas en árabe. El cabo y los soldados se entendieron en caló. No habían andado aún un kilómetro cuando la emprendieron a empujones con el prisionero hasta sacarlo fuera de la carretera. Más allá, junto a un altozano, alguien le disparó a quemarropa; pero el moro acumuló todas sus fuerzas y quiso defenderse. A bayonetazos lo remataron en una lucha corta y desigual. Quedó bajo el sol, bulléndole la sangre en las heridas. Desmontaron los machetes y los envainaron; se colgaron cómodamente el fusil y emprendieron el regreso bromeando y cantando por lo bajo. Veteranía. Al incorporarse a las fuerzas de protección, el cabo dio la novedad:
—A la orden. Ha querido escapar y le hemos hecho fuego.
El comandante sabía a qué atenerse:
—Está bien.
Pero ahora dudan. ¿Habrá que dar «parte por escrito»? «Si te hubieran entregao al moro con otro parte, sí. Pero te lo han entregao de palabra. Tú no "tienes derecho" de hacer más. La novedad la tiene ya el comandante.» El cabo se convence. Arrepentido de haberles pedido consejo, les ordena, disimulando:
—Limpiad los machetes antes de que la sangre agarre. Mañana han de estar como patenas. 1

Ahí queda la labor militar, poco admirable, en realidad bastante ruin, miserable e indecente.
Entre los militares, no obstante, como en todos los sectores, siempre hay alguien decente, alguien honesto, con un poco de humanidad. No todos son seres depravados y desalmados.
Ante un soldado malherido en lado enemigo se  plantean cuestiones: la habitual, olvidarlo a su suerte ,y la poco militar, acordarse y preocuparse por él.


—Con su permiso, ¿puedo pegarle un tiro a un soldado de la segunda que no puede seguirnos? Si lo dejamos ahí, lo martirizarán los moros.
El teniente coronel le interrumpió, colérico:
—Cuando no haya otro recurso, está aún mi caballo. Que lo traigan aquí.
Bien es verdad que ese teniente coronel tenía entre los jefes fama de sentimental, de poco militar. 1


El teniente coronel, que se arriesga y tiene preocupaciones como persona que es, tenía ganada fama de poco militar. La otra postura, la considerada militar, la habitual, muestra lo  peor del ser humano. Aquí el herido es dejado a su suerte.


—¿Qué pasa?
El herido repite una vez más:
—Llevo dos tiros. Soy de la primera compañía que habéis relevado. ¡Y esto no es Annual! ¡Ah, la hostia divina! ¡Si no es Annual es que todos estamos dejaos de la mano de Dios!
—¿Ha llegado el relevo a Annual?
—¡Qué va a llegar! ¿No lo habéis visto? Yo soy de los mejor libraos.
—Muchacho —advierte el oficial—, hablas con el teniente ayudante.
—¡A la orden! Pues no, señor. El comandante ha muerto, y...
—Bueno, bueno. No quiero saber más. ¿Conservas el fusil?
—Traigo tres.
—Has cumplido con tu deber. Saca los cerrojos y tíralo aquí. Procura que caigan dentro del parapeto.
Esa orden implica la seguridad de que los moros llegarán luego a la misma alambrada y pueden aprovechar los fusiles. Para el herido, es una sentencia de muerte. Viance farfullea amenazas sin sentido contra la mala sangre del oficial. «¿Que hay una embosca y al salir nos tiran? Con la cerrazón de la noche no es fácil que hagan mucha carne, y si la hacen, estando la alambra ya abierta, se puede entrar en la posición de nuevo.»
El soldado reflexiona un instante y luego suplica con acento alterado por el pavor:
—¡Mi teniente! No es por nada; pero cumplo dentro de tres meses.
—¿Qué tiene que ver eso?
—Si me curaran —dice el herido—, podría salvarme, mi teniente.
Un silencio y añade, arrastrando las palabras con una especie de ronquera:
—No merezco morir como un perro, mi teniente.
—¡Te prohibo que sigas hablando!
El herido cambia de acento:
—¡A la orden!
Asoma la luna. Cae sobre el campo una claridad espectral, de estaño. El herido, tumbado en el suelo, arrastra una pierna rota, como de trapo, agarrado a los piquetes de la alambrada. ¿Cómo va a saltarla, si son cuatro metros de maraña espinosa? 1

En la guerra, como hemos comentado, la pena de  muerte está continuamente encubierta, incluso para los presidiarios que son forzados a ir a una guerra que ni les va ni les viene, pero a la que han sido sentenciados ya.
Todas las operaciones se hacían a base de cuatro regimientos de línea, y muy especialmente del 42. Tenía cierto carácter de regimiento de choque, poco halagüeño, desde que tuvo compañías disciplinarias. Como destinaban allí a ciertos delincuentes —una pena de muerte disfrazada— había entonces el criterio de que las vidas de los "serionolos" valían menos que las de los demás. 1
Recientemente moría un soldado español en Afganistán. Los medios de comunicación corporativos, los  que pertenecen y están dominados por las grandes corporaciones que hacen negocio con la guerra, hablaban, como de costumbre, de que murió por defender la libertad, la democracia y la paz. Pero esto no es cierto. Afganistán era  en 1979 un país con un futuro prometedor, libre, sin discriminación a la mujer. Todo cambió cuando fueron estos ejércitos invasores a cumplir los deseos de los más ricos, de los más poderosos. Desde entonces la  violencia, el fanatismo y el odio se han extendido por ese país y hasta que no se vayan todos estos militares que sirven a estos lobos codiciosos nada cambiará.
Aquellos que usan las armas  para imponer su codicia, aunque maten y se impongan militarmente, están muertos de espíritu. Martin Luther King, que era odiado por esta élite rapaz rica, fue muy claro:
Una nación que continúa año tras año gastando más dinero en lo militar que en programas de mejora social se va aproximando a una muerte espiritual… 3
Notas:
(1) Ramón J. Sender. Imán. 1930.
(2) Mikel Itulain. Estados Unidos y el respeto a otras culturas y países. Afganistán. 2012.
(3) Mikel Itulain. Justificando la guerra. 2012.

2 comentarios:

  1. Estupenda narración. La guerra es inhumana por tanto los que la practican como un oficio carecen de los valores humanos.
    Saludos.

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  2. La tragedia de los militares es que se ven abocados a ser meros instrumentos de la ambición y la codicia de las élites que los dirigen. Instrumentos que provocan muerte y destrucción. Esto fue muy bien expresado por el general más laureado de los Estados Unidos, Smedley Butler, en su obra War is a racket.

    Un saludo.

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