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jueves, 20 de septiembre de 2012

El traje nuevo de los medios de comunicación



En un tiempo, los seres humanos eran muy aficionados a la superficialidad, a no reflexionar, a preocuparse  tan solo por qué bellos trajes y vestidos podrían llevar y cuanto dinero más podrían ganar, y no pensar demasiado en lo que les ocurriera a los demás. En este tiempo, unos señores que eran muy ricos y poderosos, crearon algo que ellos denominaron mágico y grandioso, una fuente de fantasía y de  libertad al mismo tiempo, lo llamaron medios de comunicación. Convencieron a la población que lo que allí se decía, en esos llamados medios de comunicación, era la verdad, lo que ocurría en el mundo y a lo que había que atender y seguir. Determinados expertos fueron contratados para corroborar esta versión y fueron enviados supuestamente a comprobar tales hechos. 
Los medios, los medios de comunicación que al menos así eran llamados, hicieron también ver que aquellos que no comprendían o no aceptaban lo que ellos decían no amaban la libertad, a los que apodaban entonces como extremistas o radicales, o que incluso no tenían suficiente cultura o inteligencia para poder siquiera entenderlo. Con esto, cuando los expertos mencionados llegaron al fastuoso complejo de instalaciones donde estaban los estudios, cámaras, equipos y los supuestos periodistas, fueron atentidos con un gran recibimiento lleno de lujo, detalles y regalos. Tras ello, se les ofreció un informe, donde según decían los directores de estos medios se reflejaba la realidad del mundo. Un mundo lleno de esperanzas, de riqueza y de libertad, donde unos dirigentes de grandes empresas, que también eran los dirigentes de los medios de comunicación, se esforzaban porque todo el mundo viviese mejor y viviese en paz y democracia. También se mostraba que había grupos de extremistas, de fanáticos, que no aceptaban esta bondad y esta libertad. Uno de los supuestos expertos, que había viajado por el mundo por su cuenta, precisamente por esos lugares donde se indicaba que estaban los grupos de fanáticos y extremistas, miraba el reportaje, volvía a mirar y no veía nada que se asemejase a la realidad. Y decía para sí: "¡Dios tenga piedad de mí!. ¡No veo nada de nada de lo que realmente yo he visto!" El experto, pese a prestar la atención debida y mantener los oídos y los ojos bien abiertos, no entendía lo que allí se mostraba, no encajaba con lo que él mismo había visto y con lo que él había comprobado. Empezó a pensar que tal vez los demás comenzarían a pensar mal de él, que lo tomarían por un inculto o peor aún, por un extremista, un fanático o incluso un loco. Por eso, el experto, no dijo nada de lo que  pensaba en público, se calló sus pensamientos y en cambio dijo, por temor, lo que se esperaba que tenía que decir: "¡Qué maravilla!, el trabajo que están ustedes realizando en pro de la democracia, del conocimiento y de la libertad es encomiable. Mi más sincera felicitación." El experto, que además era el portavoz del grupo, recibió un sonoro aplauso, además de  efusivas felicitaciones y agradecimientos. Ese mismo día y los siguientes, los medios de comunicación, a través de sus canales de televisión, radio o internet y a través también de la prensa escrita, le dedicaron al experto que había pronunciado aquellas palabras tan importantes de cara al público, los mayores titulares con los mayores elogios, pues había supuestamente certificado la independencia, el rigor, el buen hacer y la libertad de esos medios llamados de comunicación.
No obstante, ese mismo día también, un niño viendo esos medios de comunicación dijo: "ese señor miente, ese señor está mintiendo". En su casa la madre se le quedó mirando y le dijo: "¡niño!, ¡calla!", pero el padre intervino y dijo también: "mujer, déjalo, si tiene razón, toda la razón, ese señor está mintiendo".


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