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sábado, 10 de febrero de 2018

El engaño perpetuo de las guerras "humanitarias"

La propaganda sucia y mentirosa  de medios de comunicación y de organizaciones " humanitarias" al servicio de los objetivos crueles y egoístas de las corporaciones 

Los estafadores, que abundan en la especie humana, se basan en el  desconocimiento de los hechos pasados y presentes de sus congéneres.
Les contarán que ahora y hoy lo que sucede es diferente a lo que acaeció antes. Las revoluciones en el presente  son verdaderas, las masacres horribles, siempre culpando a un lado, han sucedido y otras tantas historias, las de siempre, se realzarán para irritar los ánimos e indignar al personal contra el imaginario villano creado. De modo que gente pacífica estará dispuesta a ir a matar o morir a otro lugar o si no al menos dará la aprobación para que otros lo hagan.
Lo que hace décadas hacía la Iglesia  desde sus púlpitos hoy lo hacen las organizaciones "humanitarias" o los "periodistas independientes".
Es importante que no lo olviden.
Mirando a lo pretérito para que entiendan lo presente....

Mussolini hacía tiempo que se había  dado cuenta del poder que tenía la religión, y en especial la Iglesia católica, para movilizar a las masas. Lo expresó en una alocución atribuida a él de forma muy clara:
¡Miren esta multitud de todo país! ¿Cómo es que los políticos que gobiernan las naciones no comprenden el inmenso valor de esta fuerza internacional, de este Poder espiritual universal? (Manhattan)
Este poder y capacidad de persuasión de la Iglesia sería utilizado tanto por el régimen dictatorial italiano como por el nacionalsocialista alemán para ganar apoyo y legitimidad en sus campañas militares de invasión por Europa y por otros continentes.
La llegada al poder del fascismo y la formación de una dictadura fue un hecho clave en el desarrollo de los acontecimientos políticos y económicos del siglo XX. Poco después ocurría algo semejante en Alemania, aquí también con el apoyo de la Iglesia católica, que volvió a anular al partido católico alemán y posibilitó la llegada nazi  al poder. El fortalecimiento de estas dos sistemas fascistas actuaría como un impulsor en la creación de otros, como el epañol en 1939, y especialmente en las campañas de  invasiones y guerras que conducirían finalmente a la Segunda Guerra Mundial.
Una de estas  primeras invasiones fue la de Abisinia, por la Italia fascista. Italia controlaba Somalia, en la costa  del cuerno de África, y quería incorporar a Eritrea, también en la costa, pero esto suponía cerrarle el paso a Abisinia (hoy conocida como Etiopía), por lo que el motivo para el choque estaba preparado. Basándose en un ataque de soldados etíopes a un grupo de soldados italianos, Mussolini tuvo la excusa perfecta para poder justificar el ataque e invasión de Abisinia. La técnica de provocación al enemigo para que respondiese y así tener motivo para atacarle, no ha dejado de funcionar en la historia humana, desde Mesopotamia a Grecia, Roma o hasta el propio siglo XX o el XXI. Otra razón expresada para justificar el ataque militar fue la necesidad de expansión territorial de Italia, este tipo de argumentación sería también utilizado por Alemania bajo el régimen nazi. En el caso italiano esto sucedía durante los años de la  gran crisis: entre los años 1929 y 1934 se triplicó el número de desempleados y el descontento social se hacía difícil de mantener, incluso para la disciplina del partido fascista (Deschner, 1994). El problema no es que Italia fuese pobre, sino que los grandes terratenientes y la propia Iglesia poseían la mayor parte de  las tierras, y las más fértiles. El fascismo, pese a su retórica revolucionaria y de cambio social, era en realidad una ideología profundamente reaccionaria y atrasada. Por esta circunstancia no se atrevió a intentar expropiar tierras a estos propietarios para aliviar y mejorar la situación económica del país. Entonces, como es algo ya habitual, se pensó en realizar una campaña militar, una guerra, en este caso apelando a sentimientos nacionales, religiosos y también humanitarios. Campaña que fue llevada a cabo en el continente africano, en Abisinia. De esta forma el Estado enviaba a la gente joven sobrante, evitando problemas sociales dentro del país y obtenía beneficios con el botín de guerra. Desviando además la atención hacia un enemigo exterior creado para la situación, y así el gobierno corrupto podía hacer frente a sus malas políticas internas. Este modo de actuar, buscando un enemigo externo en tiempos de crisis, se viene realizando por la humanidad desde tiempos inmemoriales. Hoy en día, en una situación también de crisis, no deberíamos ser tan ingenuos en creer que esto no puede volver a suceder. 
Para disponer a la población hacia la guerra se recurrió a difundir y denunciar supuestas atrocidades cometidas por el “bárbaro Estado etíope”; además de mantener una exaltación continua de lo militar y del ejército, tanto en los mítines del partido como desde los púlpitos eclesiales o en la escuela. En esta última la formación era básicamente militar-fascista y religiosa, no había lugar para la ilustración y el razonamiento.
Pese a los esfuerzos de la dictadura de Mussolini, el apoyo a la guerra en  África no ganaba los adeptos deseados, porque todavía  estaban en la memoria las secuelas de la Primera Guerra Mundial: pese a que Italia no fue de los que más sufrieron la guerra tenía un balance de seiscientos mil muertos, cuatrocientos mil inválidos y miles de heridos. Es entonces cuando el estado pide a la Iglesia que actúe con su sabiduría milenaria y su gran poder de persuasión en estos temas. El Papa Pio XI califica a la guerra de “defensiva”, siguiendo una inveterada estrategia del propio Imperio romano. Los jesuitas, mediante su órgano de comunicación Civiltà Cattolica, indicaban que:
La moral teológica católica no condena en absoluto cualquier tipo de expansión económica violenta (Deschner, 1994).
El enorme poder de persuasión y convicción de la Iglesia se puso en marcha para asegurar los apoyos y el éxito al Duce, lanzando desde los púlpitos proclamas a favor del dictador y de su divina misión, y persuadiendo a través de su intrincada, extensa y efectiva red de  contactos e influencias a la ciudadanía italiana. Tal invasión fue calificada por el cardenal Schuster como:
Campaña de evangelización y en obra de la civilización cristiana para  beneficio de los bárbaros etíopes (Deschner, 1994).
Los etíopes pronto iban a conocer esos “beneficios” con el gas venenoso que les desgarraba los pulmones y con las bombas que llegaban desde los cañones italianos que destrozaban sus cuerpos. Mientras, la Sociedad de las Naciones condenaba de forma prácticamente unánime al gobierno fascista. Mussolini se quedó prácticamente solo con el apoyo de Hitler y de la Iglesia católica. Esto determinó el futuro de las relaciones de poder y de las confrontaciones que estaban por venir en Europa y en el mundo. Incluida la tragedia de España, como así fue calificada con acierto por Rudolf Rocker, al exponer los enormes intereses económicos que envolvían al conflicto español, provocado por la insurrección militar con el apoyo de los terratenientes, la Iglesia católica, las grandes empresas y el mundo financiero, tanto nacional como extranjero, así como del fascismo en el poder en Europa (Rocker, 2009). Aislada prácticamente del mundo, la España democrática de la República veía suceder sus últimos días. La contienda, en realidad una represión militar despiadada contra la población española mayoritariamente republicana y democrática, fue sustentada ideológicamente por la Iglesia católica; que tomó este mando al carecer de peso intelectual e influencia social el sector del ejército sublevado o el partido fascista español, la Falange.
Las atrocidades cometidas se disfrazaron como “cruzada cristiana contra el bolchevismo”, independientemente de que el comunismo en España no tuviese fuerza, o de que en la cruzada se matasen muchísimos cristianos por parte de los sublevados, incluidos los sacerdotes opuestos al fascismo, como ocurrió en Euskadi.
El motivo de esta guerra, tan desigual y tan brutal, fue el mantener a toda costa los privilegios de una clase alta en España que vivía en la opulencia, mientras buena parte de  las gentes del país padecían verdadera hambre. El miedo y la muerte harían acallar a aquellos que se opusiesen a este estado de las cosas. Cuando un amigo del sacerdote navarro  Marino Ayerra, autor de: No me Avergoncé del Evangelio, obra que habla sobre los días iniciales de la guerra civil en Navarra, le comentaba antes de iniciarse la sublevación que tanto al capital como a la propia Iglesia les quedaba la guerra como recurso en caso de que se presentase alguna duda hacia sus privilegios, este entonces no le concedió mucha importancia.  Los hechos le harían ver lo equivocado que estaba y la guerra serviría otra vez más para someter a una sociedad a los deseos de una minoría. En el propio libro de Marrino Ayerras se ve un dibujo muy gráfico sobre este asunto, con una bolsa de dinero (el capital, el mundo de los negocios) y una cruz (la Iglesia) apoyándose una en otra y diciendo la Iglesia: 
- ¡Tambaleamos! 
- ¡Ten fe! ¡Aún hay guerras! –respondiendo el Capital- (Ayerra, 1978).
Sobre la bolsa hay una corona, simbolizando a la monarquía e impreso sobre ella un símbolo del fascismo, la cruz gamada. Al fondo, en el horizonte y en el cielo, aparece el armamento militar: tanques y bombarderos. Los hechos demostraron una vez más que esta realidad histórica se repetiría.
El teólogo moral católico Johannes Ude obtuvo una conclusión acertada sobre los sucesos de España:
Las iglesias españolas en llamas, la mucha sangre y las espantosas atrocidades allí cometidas no debieran sino movernos a buscar a los culpables allí donde realmente se encuentran, es decir, en nuestras propias filas.Sobre los representantes de la Iglesia Católica recae una responsabilidad y una culpa tremendas, según se desprende de la confesión del cardenal Gomá y del Padre jesuita Marina.

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