El rechazo a la violencia e injerencia de Estados Unidos en Filipinas continúa
La anexión por la fuerza que iba a hacer EE.UU. sobre Filipinas mostraba los motivos reales de esta guerra, y de las que se habían desarrollado y estaban por venir.
Presionado por el mundo de los negocios, que veían en estas islas del Pacífico una base fundamental para extender su comercio por Asia y evitar así la crisis existente en el país, el Gobierno estadounidense comenzó a reconsiderar su posición. Pese a que los norteamericanos habían prometido que solo iban a ayudar a liberarles de los españoles, y que el propio presidente Mckinley declaró que la anexión: “…habría sido, de acuerdo a nuestro código moral, una agresión criminal”, procedieron a su ocupación. Se recurrió al típico argumento del Destino Manifiesto sobre la superioridad de la raza blanca y sus valores, la incapacidad de los locales para gobernarse y el destino divino de la misión. Los filipinos se opusieron al tratado de París con la compra de EE.UU. a España de Filipinas por veinte millones de dólares.
Una vez comenzada la agresión, que los norteamericanos no reconocieron como tal, la barbarie ejercida contra la población de Filipinas fue brutal. Se estima que más de un millón de civiles fueron asesinados, más del 10 % de la población. Y la destrucción y quema de aldeas, junto con la práctica de la tortura, fueron habituales.
El primer embajador de Filipinas en EE.UU., que tuvo que huir a Canadá para evitar ser arrestado, escribió una carta de llamamiento a la gente de América que invadía su país, titulada: Al pueblo americano, una súplica.
El Dios todopoderoso sabe lo injusta que es la guerra que las armas imperiales han causado y están manteniendo contra nuestro desafortunado país. Si los honestos patriotas americanos pudieran entender la triste verdad de esta declaración, estamos seguros que sin el menor retraso pararían este incalificable horror…Nosotros los filipinos somos gente civilizada, progresista y amantes de la paz. 1
El embajador continuaba con su súplica, enfatizando en hacer ver que ellos no eran ningunos salvajes ni ignorantes que no sabían ni podían gobernarse. Pero la fuerza de las armas y de la propaganda estadounidense acallaron estas palabras tan sensatas. Así, el senador imperialista Albert Beveridge se expresaba en el Senado:
Sr. Presidente, estos tiempos requieren franqueza. Los filipinos son nuestros para siempre… y tan solo más allá de Filipinas están los ilimitados mercados de China. No nos retiremos de ninguno… No renunciaremos a nuestra parte en la misión de nuestra raza, administradora, Dios mediante, de la civilización del mundo… se nos ha acusado de crueldad en el modo en que hemos llevado la guerra. Senadores, ha sido al revés… Senadores, deben recordar que no estamos tratando con americanos o europeos. Estamos tratando con orientales. 2
Era el discurso de la raza superior y de la misión por cumplir, junto con el de los grandes negocios a desarrollar.
Sobre la negación de la crueldad de la invasión norteamericana comenta lo siguiente el corresponsal en Manila del Ledger de Filadelfia:
Nuestros hombres han sido implacables; han matado para exterminar hombres, mujeres, niños, prisioneros y cautivos, insurgentes activos y gente sospechosa, desde niños de diez años en adelante; predominaba la idea de que el filipino como tal era poco más que un perro. 3
El propio Mark Twain hablaba en tono irónico sobre la guerra:
Hemos apaciguado y enterrado a varios millares de isleños; hemos destruido sus campos, quemado sus aldeas y hemos dejado a sus viudas y huérfanos a la intemperie… y así, mediante estas providencias divinas –y la expresión es del Gobierno, no mía- somos una potencia mundial. 3
Tras estas invasiones estaba el interés en llegar a Asia. Y China representaba un lugar apetecible y accesible con un mercado enorme, donde EE.UU. comenzaba a controlar la situación.
Referencias-Notas:
1. Apacible. G.To the American people: an appeal. The United States and its Territories, 1870-1925. The Age of Imperialism.
2. Beveridge Albert J. In support of an American Empire. Record, 56 Cong., I Sess., pp. 704-712.
3. Howard Zinn. A People´s History of The United States. Chapter 12. New York: Harper Colllins Publications, 2003.
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