Las guerras se promueven por intereses egoístas y se llevan a cabo a costa del trabajo y de la vida de otros. En la necesidad de hacer propicia a la sociedad hacia esta situación los dirigentes la intentan mostrar como algo justo o necesario. Para conseguir esta visión necesitan promocionar sus “razones”, su “justicia”, se recurre por tanto a una campaña de convicción, persuasión y manipulación, para terminar de convencer a la mayor parte de la población de su benevolencia y de su necesidad. La guerra, obviamente, no es ni justa ni humanitaria ni desinteresada, todas llevan en sus entrañas el engaño, la muerte y el latrocinio. Pero aquí entra la función de la persuasión, de la propaganda, con el objetivo de moldear y modelar muchas opiniones, ocultando muchos intereses y mostrando cosas que ni siquiera existen. La gran diferencia que hay entre lo que conoce o cree conocer gran parte de la población sobre el mundo en que viven y sus sucesos, tanto pasados como presentes, respecto a lo que ha ocurrido y ocurre realmente, muestra el grado de desinformación en el que se ha vivido y seguimos viviendo. Vamos a hablar por ello de algo llamado persuasión, engaño, manipulación o mejor dicho llamémosle también por su nombre, aunque en estos tiempos no guste llamarle así, propaganda. El nombre propaganda, que no su función, tiene su origen en la Iglesia católica y surge en el siglo XVII, en 1622, cuando el Papa Gregorio XVI estableció una congregación de cardenales con el propósito de propagar la fe católica; con la Congregatio de Propaganda Fide, cuyo objetivo real era extender el poder de la propia Iglesia.
La propaganda vendría a ser una forma de comunicación con el propósito de influenciar en la actitud de las personas de una comunidad o sociedad, de modo que se traten de obtener los deseos o intereses del grupo de personas que la promueven o la llevan a cabo. Esto en principio puede tener tanto buenas como malas intenciones, buenos o malos objetivos. Si lo que se pretende es inculcar simplemente conocimiento u otra acción benefactora sin intereses ocultos, puede ser incluso una acción loable. En cambio, si lo que se tiene previsto es engañar a quienes va dirigida la práctica de la propaganda para obtener unos fines muchas veces ocultos y en perjuicio de quien la recibe, estamos ante un caso de manipulación perniciosa; que puede ser realmente muy peligrosa, especialmente cuando se trata de dañar además a otras personas, como es el caso de las guerras.
Quien manipula se vale de las artes de la persuasión y de las debilidades humanas, entre ellas el poder de las emociones, la credulidad y la ignorancia. Quien manipula no informa, o si informa lo hace de forma premeditadamente parcial. La información que aporta es sesgada, incluso dicha información sería principalmente y propiamente desinformación, con el fin de confundir y hacer que el receptor no sea capaz de entender la situación real. Con el objetivo de que aquellos a los que va dirigida no comprendan realmente lo que sucede y lo interpreten según lo que conviene a quienes llevan a cabo esa manipulación y desinformación de forma bien consciente. Se recurre a la información incompleta, particular, o más comúnmente a la falsedad, cambiando la narración de los hechos reales por otros que puedan provocar una reacción muy favorable a quien los está contando. Y una de las metas donde se centra la propaganda es en dirigirse a las emociones, eludiendo siempre a la razón. La diferencia entre la propaganda y el análisis o estudio científico la describieron muy bien Alfred Mclung y Elizabeth Bryant en su excelente obra The Fine Art of Propaganda (1939), indicando que la primera habla principalmente de las cosas en blanco y negro, como bueno o malo, sin apenas puntos medios. Y que esta no quiere para nada a la crítica y a la investigación, sus enemigos mortales, ya que la ponen al descubierto al mostrar y demostrar, mediante los hechos reales, las falsedades creadas por el manipulador. La ciencia florece con la crítica, la propaganda se desmorona ante ella. De ahí que todos los poderes habitualmente eviten y se lleven muy mal con el debate serio, la crítica rigurosa y la pluralidad.
El lado emocional del ser humano es muy fuerte. Si se pulsa adecuadamente y en el momento oportuno el botón de las emociones se puede engañar, con la facilidad que se le engaña a un niño, a una comunidad o a una sociedad entera. Los hechos hablan por sí solos y tenemos abundantes casos más o menos recientes, como fueron las guerras de Yugoslavia, Irak o Libia, y ahora es Siria, pero también recordemos que estos métodos eran ya muy viejos en la historia de la humanidad.
Una vez estimuladas las peores emociones, que desatan la furia de la guerra, comienza la barbarie. Entonces el ser humano muestra lo peor de sí, entrando en una espiral de sinrazón, crueldad y violencia; y ahí está el papel de la propaganda, que esa sinrazón prevalezca.
El que fuera presidente estadounidense Woodrow Wilson mostraba el carácter más oscuro y cruel de los dirigentes, pese a que fuese reelegido como candidato para la paz en 1916, en su apoyo a la Primera Guerra Mundial:
Conduce a esta gente a la guerra, y olvidarán que había algo que se llamaba tolerancia. Para luchar, debes ser brutal y despiadado, y el espíritu de la brutalidad despiadada entrará en la misma fibra de la vida nacional, infectando al Congreso, a las Cortes, al policía al golpear, y al hombre de la calle (Wartime propaganda. World War I).
De Justificando la guerra.
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