La victoria de Donald Trump en la elección presidencial celebrada el 8 de noviembre de 2016 en los Estados Unidos de América ha servido para constatar, una vez más, cómo los medios de comunicación, que masivamente y prácticamente en su totalidad apoyaban a Hillary Clinton, no son fiables. 1 Una era la realidad que se vivía en Norteamérica y otra era la interesada opinión de aquellos que no son sino portavoces y órganos de la más pura propaganda de las corporaciones industriales y financieras occidentales, los mencionados medios de comunicación.
Cualquier observador serio que se preciase veía con pruebas más que evidentes y concluyentes lo que se venía cociendo en la marmita de la política popular de la poderosa nación con capital en Washington, pero con decisiones en cada uno de sus estados. 2 Así, el cinturón industrial del Rust Belt (Michigan, Wisconsin, Pensilvania o Ohio) castigó a sus castigadores, a los demagogos y falsos dirigentes del Partido Demócrata, que bajo falsas promesas de libertad, tolerancia y supuestos derechos, se olvidaban a propósito de los más elementales, los de la propia subsistencia que permitiese llevar una vida digna. 3 Ayudaron a empobrecer y no tuvieron en cuenta a tanta gente, que esta finalmente les pagó con su propia moneda, la del desprecio.
Si bien los responsables de la decadencia de la sociedad estadounidense son tanto el Partido Republicano como el Demócrata, el presidente actual, pese a su pertenencia al primero, representa otra forma de ver las cosas y por eso ha sido tan atacado por el mundo corporativo. Estamos ante un nacionalista que parece desafiar las actuales políticas de sumisión y sometimiento extremo a las transnacionales, que hacen grandes negocios explotando mano de obra en condiciones de ilegalidad, que tiran sueldos a los mismos suelos utilizando a los inmigrantes o que van a abusar de otras personas en lugares más o menos lejanos a su país de origen.
Que los estadounidenses hayan dado su apoyo a Trump se entiende de este modo como una forma de restaurar su dignidad como ciudadanos y como miembros de una nación tan devaluada por la falta de moral y personalidad de sus dirigentes.
Que esto no solo va a suceder allí en Norteamérica parece ser otra de las lecciones a aprender. Francia y Alemania están en este camino, con lo que implicaría de variación de las relaciones de poder, con una Unión Europea debilitada o anulada y la extensión del dominio de las naciones, que si los dirigentes responden a su gente implicaría el coto a la prepotencia y opulencia de las grandes fortunas que constituyen la corporocracia, el imperio tan perjudicial como todopoderoso actual.
Siento decir, como se veía venir, que no será la denominada izquierda o el sector "progresista" quienes traigan estos cambios, porque, como ocurre con este último, está completamente sometido a las decisiones de los magnates, o carecen del valor e ideas propias para hacer algo realmente significativo que cambie la precaria y penosa situación de tantos trabajadores, quedándose en meras palabras sin aportar hechos que eran los que realmente hacían falta.
No es un auge del fascismo, porque este es una medida extrema propia de la corporocracia contra los disidentes, por ejemplo los trabajadores o los gobiernos no obedientes. Es un auge del nacionalismo como restaurador del poder protector del estado frente a quienes quieren destruirlo para sacar mayor provecho a costa del prójimo.
Referencias-Notas:
1. Trump en la Casa Blanca. Misión Verdad. 13.11.2016.
2. Maximiliam Forte. Why Donald J. Trump Will Be the Next President of the United States. Zero Anthropology. 4.05.2016.
3. Edward McClelland. The Rust Belt was turning red already. Donald Trump just pushed it along. The Washington Post. 9.11.2016.
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